domingo, 24 de junio de 2012

LA ESPAÑA JURDANA

Ya se han tratado anteriormente aspectos relacionados con el Doctor Albiñana y en particular de algunas de sus obras. Sirva para rematar la faena esta referencia a la última de sus obras, La República Jurdana, cuya descripción mejor es la que hace el propio autor como subtítulo, novela romántica de estructuración enchufícola. Fue durante su confinamiento en Las Hurdes, probablemente la tierra más pobre de España en la época donde se gestó el libro siendo publicado después de acabar su destierro y tras superar serios problemas de salud.
Aquella República creada en las riberas del río Jordán que serpentea por las Hurdes a imagen y semejanza de aquella otra real tomó el color verde de unas cintas que llevaban en las alpargatas los voluntarios liberales durante las guerras carlistas como símbolo de la Libertad, el negro para la Igualdad, por aquello de que de noche todos los gatos son pardos y para lo antiséptico, el permanganato y glorificó La Regadera como himno. No trataré de resumir, comentar o desgranar la obra, para eso, como siempre, aconsejo buscar un ejemplar en alguna librería de viejo, únicos lugares donde se puede encontrar, y disfrutar de una novela deliciosa que recoge todos los vicios de un sistema político intrínsecamente malo. Pero sí quiero tocar dos aspectos, uno anecdótico, el otro, más que premonitorio, probatorio de que las épocas se repiten, sin solución de continuidad, tropezando el hombre con la misma piedra una y otra vez.
Lo anecdótico. En la República coronada española hubo un Presidente que inventó un ministerio tan inútil y tan grotesco que tuvo que eliminarlo antes de ser el mismo enviado al basurero de la historia. Al frente de ese Ministerio puso a una mamarracha sin el menor bagaje laboral y cultural. Bibiana dio tardes de gloria con sus gilipolleces; algunas han pasado a la historia de lo grotesco, como las bibliotecas sólo para mujeres, el teléfono para maltratadores o el feto de 13 semanas inhumano, pero hubo una que se llevó la palma, la payasada de las "miembras". La indocumentada primero trató de justificarse con una excusa de 1º de ESO, algo así como que venía de una reunión en Sudámerica y allí no apean el palabro de la boca, y luego sugirió a la Real Academia Española que la incluyese en el diccionario. Pues va a ser que ni siquiera el mérito del término le corresponde, porque ya otros le usaron antes que ella, claro que con diferentes motivos y funciones. En concreto fue D. José María Albiñana el que usara el referido vocablo para calificar a las integrantes de la F.A.J.A, (Federación Autónoma Jurdana de la Aguja), donde destacaban Doña Clara de Huevo, Doña Victoria Fácil o Doña Margarita Greñas; no hace falta ser muy sagaz para situarlas en la República real. Como es lógico, el tres veces Doctor, utiliza el término en cursiva para referirse a aquellas mujeres destacadas por su civilidad revolucionaria; marimachos en definitiva.
Lo premonitorio. Estando Marco Antonio, excelso líder de la República Jurdana con su amada Cleopatra apareció el Senador Marco Capitonio al grito de "Delenda est Jurdania", justificándose en que:"El pueblo está muerto de hambre; los campos, asolados; el Erario, exhausto; la Patria, ardiendo en revoluciones". A su vez le exije cambiar el perfil del Estado, variando formas y modos. Ante el espanto del líder, le aconseja: "Reunir al punto el Consejo de Ministros; buscar soluciones inmediatas; devolver libertades secuestradas; dar pan y trabajo; acabar con los salteadores del Tesoro; disolver el Senado, dedicando los padres de la patria a cavar la tierra. Y sobre todo un viaje para que el Poderoso se ponga en contacto con el Pueblo." Preocupado Marco Antonio por dónde dejaría mientras a su reina, es tranquilizado por el senador: "Descuida, que yo velaré por ella. Volverá  a escardar su huerta de patatas. Y a toda esta gente parásita, que se come a la nación, la entretendré con sus fiestas hasta que regreses del viaje y se disponga una leva de vagos y hampones."
¿Les suena?

Dedicado a todos los vendedores de libro viejo, además de ganarse la vida, salvan nuestra cultura y nuestra memoria.

jueves, 7 de junio de 2012

ALFONSO PEÑA BOEUF. MINISTRO E HIJO DE SANTANDER


En España hubo tiempos en los que llegaba a ministro aquel con capacidades demostradas para el ejercicio del cargo. Hoy esa ya no es una premisa necesaria en absoluto. Cualquiera puede ser ministro o Presidente, incluso Rey. Así fulanos sin formación han podido llegar a dirigir la sanidad, la diplomacia, la educación o las obras públicas, por citar uno de los casos más sangrantes de los últimos tiempos, el del “campeón” Pepiño Blanco, auténtico indocumentado que fue elevado a la cima de su partido y al escalón inmediatamente inferior al Jefe de Gobierno para gestionar la Obra Pública nacional y el Urbanismo, con el resultado que todos conocemos y con el papelón de las gasolineras, los primos y los empresarios corruptos.
Pero como decíamos, en España hubo tiempos en los que esas responsabilidades recaían sobre personas reconocidamente aptas y merecedoras de tal dignidad. Este es el caso de D. Alfonso Peña Boeuf, que fuera Ministro de Obras Públicas en los primeros gobiernos nacionales de Franco. Peña escribió un libro autobiográfico titulado Memorias de un ingeniero político, libro no dedicado a la venta sino a obsequiar a quien él consideró sus amigos. En mis manos cayó el que le regalara, según reza la dedicatoria autógrafa, a Amalio Hidalgo, que fuera profesor de la Escuela de Ingenieros de Caminos y Director del departamento de obras civiles en ENSIDESA, de la que fue alma máter. El libro fue escrito en 1954 y es una delicia sin más pretensión que relatar hechos y vivencias de una vida apasionante. Repasa su vida desde su infancia y estudios, la Dictadura de Primo, la llegada de la República, su estancia y huída del Madrid rojo y su llegada a la España Nacional y nombramiento; su vuelta al trabajo particular y a la dirección de RENFE.
Alumno de Echegaray y Zafra, diríamos mejor alumno aventajado, obtuvo de ellos su sólida formación matemática y la formación técnica en el ámbito de las estructuras. Peña, en palabras que le dedicó el propio Hidalgo al glosar su figura en ABC el día 4 de Febrero de 1966, tres días después de su fallecimiento, era un adelantado que puso al alcance de los estudiosos las teorías más abstractas y enmarañadas, consiguiendo procedimientos para aplicar en la práctica las que hasta entonces parecían inaplicables. Introdujo en España el primer tratado rigurosamente científico para el empleo de hormigón armado, obra que fue de necesaria consulta. Dio clases en la Escuela de Caminos, fue asiduo conferenciante, mentor y consejero de innumerables ingenieros durante toda su vida. Peña fue maestro y ejecutor de sus teorías. Entre sus obras destacan: la chimenea de cien metros de papelera Española de Barcelona, el puente paralelo al de Alcántara en Toledo, los arcos del puente de San Telmo en Sevilla, la ataguía de la Presa del Generalísimo, la presa de Isbert, el acueducto de Tardienta y los proyectos del Hangar de Sevilla, puente de Lisboa y puente sobre el Estrecho de Gibraltar, que por distintas razones no pudieron llevarse a cabo.
Todos estos proyectos y obras y sus vicisitudes vienen reflejados en la obra de manera amena, así que pasaré por alto su desarrollo hasta llegar a donde quería al principio.
Una vez evadido a Francia tras no pocas peripecias pasó a la España Nacional, concretamente a Burgos, sede de la Junta Técnica, donde fue recibido por el propio Franco que le confía un Plan General de Obras Públicas del Estado para cuando terminase la guerra. Tras presentar la Memoria en una semana fue nombrado Presidente del Comité de Obras Públicas. El 31 de Enero de 1938 se forma el primer Gobierno Nacional y a Peña se le nombra Ministro de Obras Públicas. Como Burgos se había quedado pequeño para alojar la cúpula militar y política y demás dependencias administrativas por lo que se hizo necesario buscar otros alojamientos para los nacientes ministerios y Peña y Pedro González Bueno, titular de Organización y Acción Sindical, aceptaron la invitación del alcalde de Santander, Emilio Pino, y trajeron sus respectivos ministerios a Santander. Industria y Comercio fue a Bilbao, Educación nacional a Vitoria y Orden Público en Valladolid. El Ministerio de peña ocupó los dos últimos pisos de la Delegación de Hacienda, cedidas por su Delegado, González Tarrio. Organización y Acción Sindical ocupó parte de la Diputación Provincial en Puerto Chico, edificio recientemente demolido para instalar un edificio de Moneo, hoy desechado y cuyo solar  se usa para aparcar coches. Además de su buena relación con el Alcalde, destacó la que mantuvo con el Gobernador Civil, Zancajo Osorio, que con sus 27 años fue a morir unos meses más tarde en la Batalla del Ebro como voluntario. Su sueldo era de 1600 pesetas y contaba con cincuenta y cuatro funcionarios que llevaban los asuntos al día.  A Alfonso Peña se debe la construcción de la Estación ferroviaria de Santander y la mejora de sus alrededores, y, en recuerdo de aquella actuación, el Ayuntamiento puso su nombre al emblemático túnel que comunica la explanada de la estación, calle Cádiz, con Amós de Escalante.
Tras la victoria nacional y el traslado de todos los ministerios a Madrid, volvió Alfonso Peña con motivo del pavoroso incendio de 1941 siendo recibido con enorme cariño. Se comprometió a reiniciar de inmediato las obras paradas hacía mucho tiempo del ferrocarril Santander-Mediterráneo, agilizando de nuevo las expropiaciones, consiguiendo en Consejo que se sacara a subasta el conjunto de tramos y el túnel bajo el puerto de El Escudo. Comenzaron las obras, pero su salida más adelante del Ministerio vino acompañada de la ralentización de las mismas hasta su extinción. A su vez proyectó la reforma de la carretera de El Escudo para que no tuviera pendientes mayores del siete por ciento y con ancho continuo de nueve metros y sobreanchos mayores en las curvas, pero era consciente de que tardaría en llegar por las penurias de la época y porque, como él asumía, la unidad de tiempo en la Administración Pública es el siglo.
Alfonso Peña Boeuf, que pasó dieciséis meses de manera oficial en Santander fue nombrado Hijo Adoptivo de Santander y se le impuso la Medalla de Oro de la capital.